Lucio Vario, poeta latino

Cuenta Leopoldo Alas "Clarín", en forma de cuento, la historia de Lucio Vario, poeta latino, cuyas obras quedaron perdidas en el pasado y al que una musa profetizó que escribiría para el olvido: los ratones, la humedad y la barbarie harían olvidar y perder sus obras, lo que el futuro llamaría saber clásico no le incluiría porque nadie lo conocería. 

Cuenta Clarín, haciéndolo pasar por ficción, que esto lejos de amilanar motivó a Lucio, potenció su inspiración y le llevó a componer más y mejor  liberado de las cadenas de la fama y del ansia de posteridad.

Termina Clarín su relato con "y Vario, que el mundo no conocería, mientras vivía, era poeta". Y mientras vivía era poeta. "Era" es, sin duda, de las formas del verbo ser la más bella: pretérito imperfecto, presente de un pasado que no acaba.

Tres fueron las vidas del hombre en nuestra tradición medieval y renacentista: la vida de este mundo, la del otro y la fama.  Pero la de Vario no es fama ni es la del otro mundo, es y era la de este, la de vivir el momento. Menciona Clarín, como narrador omnisciente, la brisa saludable, el metro rítmico, el sol sublime del ocaso "en su tristeza de rosa y oro" y los colores del mar "encanto de los ojos". Nada quedó de Vario, o nada habría quedado si Clarín burlando al Destino no hubiera recreado su historia con el artificio de hacerlo pasar por ficción.

Hay grandeza en Vario, como la hay en una flor que nace y se marchita en un perdido valle sin que nadie llegue a saber de la misma. 

¿Escribiría un autor si supiera que no iba a tener lectores? ¿Quien escribe un diario lo hace para algún día, sin releerlo, darlo al pasto de las llamas? No lo sé, solo sé que este blog y tantos otros no serán hollados por ojos ajenos, sus textos no merecerán comentarios y nadie los recordará si por causalidad los leyera, y sin embargo, pese a ello, lo escribo.

Hace poco, en una ciudad ajena, fui de espectador a una convención de literatura. En un pasillo aledaño (llamado pretenciosamente "sala de firmas") vi tres mesas colocadas con sendos escritores sentados que mostraban sus obras autoeditadas  (personas que habían dedicado parte de su vida, en tiempo esfuerzo y dinero, a narrar una historia, acaso la suya) esperando al lector que comprara los libros con el reclamo de una dedicatoria personal; se les notaban las ganas de vender (Uno de ellos incluso tenía bien a la vista una cajita de caudales para el cambio  y las ventas...) pero, sobretodo, quiero pensar que se les notaba la necesidad de explicar y de explicarse... Vi también, y aquí me incluyo, cómo el público que habia ido a las ponencias rehusaba, como quien no quiere la cosa, acercarse al pasillo (perdón: sala de firmas) y cómo evitaba sus miradas y recordé cuando de niño el profesor pedía voluntarios o lanzaba una pregunta y, en ese momento, todos, sin excepción, encontrábamos cosas más interesantes en que fijar nuestras miradas (la libreta, el borrador, el bolígrafo....).

Comentarios

  1. Muchísimas gracias por el cuento de Clarín: tengo que conseguir una edición completa de una vez.
    (Athini Glaucopis)

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