A vueltas con Marías

Leo en internet, en el blog de uno que es lector, como yo, de Julián Marías, que solo vio a Marías una vez. Fue en una feria del libro de Madrid, y lo vio solo, sentado en su caseta, mirando a la gente, sin que nadie se acercara a comprar su libro ni a que se lo firmara. 

Dice este muchacho que, al conocer la muerte de Marías se arrepintió de no haberse acercado en aquel momento a romper su soledad y decirle lo importante que su obra había sido para él. Quizá de todos los que allí estaban, curioseando en la feria del libro, él fuera el único que supiera quien era aquel hombre ya mayor, con tantos años como ilusión y que tan pocos lectores como huella parece haber dejado. 

Aunque suelo citar a Ortega y Gasset, mi verdadero maestro intelectual es Julián Marías, su mejor discípulo. Sus libros, no todos, se siguen reeditando, pero su legado se va difuminando. 

A tiro hecho, imagino, es fácil arrepentirse de no haberle comprado el libro, pero dos mil quinientas pesetas que valdría el libro eran dos mil quinientas pesetas. Luchó por la república, sufrió las cárceles franquistas por la delación de un “amigo” de las que ayudó a sacarlo Camilo José Cela, que no era su amigo, testificando a su favor. Fue profesor universitario en EEUU, país que conoció bien y amó profundamente, pero no fue un exiliado, su vida siempre estuvo al lado de sus hijos y de su mujer en España, donde se le negó el doctorado por cuestiones políticas y por ende la posibilidad de ser profesor universitario en su país. 

Al llegar la democracia, nuevamente fue un paria, esta vez por su liberalismo, por su amor a España y sus cosas, y por su catolicismo, todo ello tan poco de moda y tan diferente a lo que demandaban los tiempos modernos…, se le estigmatizó como “de derechas”, y eso era y es un desdoro, entonces y hoy. 

Marías, viviendo de perfil, como definía su pobreza, se ganó la vida en la actividad privada y con sus libros; más que estudiosos quería tener lectores por eso se esforzaba por escribir bien. Lectores que quizá hoy escasean. 

Contaba que, estando en la cárcel, pusieron a los reos en fila y fueron uno a uno preguntando qué habían sido “antes”: uno había sido fontanero, otro albañil, y al llegar su turno él contestó remarcando el verbo en presente “soy filósofo”. Y lo era, filósofo y escritor. Y yo me enorgullezco de decir que “soy”, remarcando el tiempo presente, su lector.

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