La cueva de Platón
Sonriente, con voz meliflua y un tono educado en exceso, se despide de mí, con (mas)cara feliz, pero apenas sostenido sobre su andador, con el cuerpo, frágil y delicado , cada día más encorvado. Su mente sigue lúcida, funcionando a pleno ritmo mientras intenta procesar un mundo que ya no es el suyo. Le sonrío y me despido, dejándolo solo en una casa que podría ser digna y apenas lo es. Por algún motivo me viene la imagen de una cueva oscura y lóbrega, aunque está llena de luz y mis pies ya no se pegan al suelo como antes; pero la decoración sigue siendo la misma: torres de papeles misteriosos, cuatro fotos de nietos que apenas conoce en un mueble destartalado, y una televisión siempre encendida emitiendo algún canal en abierto, de esos que no cuestan dinero ni precisan de internet. Antes de irme me ha comentado que me iba a regalar 500.000 euros de una operación que finalmente no ha salido por una mano negra , pero que él lo arreglaría pronto; 500.000 euros, como quien dice 500.000