Cartas hoy perdidas

La vida de mis padres fue una historia de amor, aunque no todo el tiempo y no desde luego al final; pero hubo una época y hubo navidades en que sí lo fue, de forma plena y de forma apasionada.

Quizá yo no viví aquellos dias, o quizá no los recuerde por mi poca edad, pero que algo no dure, que no dure al menos para siempre, no significa que no fuera real aquel amor de película. Un amor como el de Romeo y Julieta o como el de Calixto y Melibea, solo que a diferencia de aquellos no se truncó por la muerte y el tiempo no lo mitificó ni ante sus ojos ni ante los de los demás. 

Siendo novios (antes de que se casaran, que tuvieran seis hijos, uno de ellos para el cielo, antes de que compartieran las mañanas de los sábados pintando de color las persianas y las sillas en el patio, y sobre todo antes de lo que después vendría) él marchó a la guerra. 

En casa se conservaron un tiempo aquellas cartas que se cruzaron y las fotos que  enviaba desde África. Eran cartas hoy perdidas, que muy de niño leí a escondidas suyas, cartas de un amor incondicional, aunque a la postre no eterno, porque “para siempre” es mucho tiempo. 

Si los abuelos vivieron la guerra civil desde bandos enfrentados, él luchó en defensa de un imperio ya entonces perdido en la olvidada guerra de Sidi Ifni, una guerra colonial. Sidi Ifni, además de un nombre en algún callejero, fue un enclave español frente a las Canarias que pertenecía a la corona de España nominalmente desde el siglo XVI y de facto desde mediados del XIX. Solía contar que cuando iba a terminar su servicio militar que entonces era de tres años, lo movilizaron por las inundaciones de Valencia, y cuando aquella tragedia acabó, empezó la guerra de Sidi Ifni. Formó parte del último contingente que defendió la colonia para terminar entregándolo a Marruecos en cumplimiento de las resoluciones de la ONU. 

Las fotos de aquellos años lo muestran como un mozo jovial, alegre, con cara de adolescente, y fornido. Solía contar anécdotas de aquel tiempo. Los suministros venían por vía aérea y los aviones los soltaban en el mar para que el oleaje los llevara a la playa. Los moros, enterrados en la arena con pericia, les disparaban y en alguna ocasión el zumbido de una bala dejó un agujero en el parabrisas del vehículo entre las cabezas del conductor y  la del copiloto, es decir la suya. También disparaban a los bidones que tiraban los aviones al mar y era un trabajo peligroso para los soldados ir a la playa a rescatar los víveres. Decía que si un bidón estaba agujereado y era de gasolina les daba igual, pero que se ponían de muy mala sombra cuando el contenido perdido o contaminado era agua potable. 

El día que abandonaron Sidi Ifni, el gobierno de España se había comprometido a hacer entrega de las instalaciones a Marruecos, los soldados españoles desvalijaron hasta los enchufes, y los mandos les obligaron a devolverlo todo. 

Él siempre recuerda el nombre de los barcos y los superiores, pero nunca se me quedaron y su recuerdo se perderá como se ha perdido el de aquella guerra. Pero para , además de una guerra colonial y una mención en el callejero, Sidi Ifni fue la guerra en que aquellos jóvenes enamorados se enviaban cartas de amor, cartas que cruzaban el mar en sobres amarillos con el matasellos de SOE (Sáhara Occidental Español)

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Por qué nadie me dijo nunca que El Jarama fuera una novela tan buena?

Lectura rápida y lectura lenta

De trolls, el bibliotecario y los cazadores de Libros