Mi amigo Houari

Houari era simpático, hace años que perdimos el contacto. Vendía deportivas en un mercadillo cercano, el de Santa Faz, donde se venera la imagen de Dios hecho hombre. Lo conocí estando de guardia de extranjeros, lo habían detenido por estancia irregular, y tuve el privilegio de asistirle. Recuerdo que hice alegaciones y finalmente una demanda recurriendo la expulsión.  

Me tenía cariño y lucía en su frente una “beata” que es como mi tío-pediatra llamaba a una especie de protuberancia que sale cerca de las rodillas a las personas que están mucho tiempo arrodilladas y es dolencia habitual de quienes asisten mucho a misa. Houari la tenía en la frente (las rodillas nunca se las miré la verdad, ni ganas ....) Era un musulmán religioso de esos que rezan a la Meca y este lo lucía con especial galanura con su medio huevo-chichón en la frente.  

 Me explicó (e insistió) en que quizá yo podría hacerme musulmán, y le sonreí diciendo que tendría que volver a nacer para eso, le habría hecho la típica broma del español descreído de “si no soy católico que es la única religión verdadera como para hacerme musulmán”, pero dudaba que tuviera tanto sentido del humor en una lengua que apenas chapurreaba. 

 En su día el pobre había conseguido papeles por una oferta de trabajo de la mezquita como limpiador, pero eran otros tiempos en que los permisos de trabajo se daban por la actividad que desarrollaba la empresa solicitante así que en su permiso ya caducado solo le permitía trabajar para “entidades religiosas” y eso lo cierto es que limita y mucho las posibilidades laborales de ser contratado. 

Mientras se tramitaba su recurso se presentó sin avisar en mi despacho porque me explicó en su paupérrimo español que me iban a llamar de Madrid. Estuvo varias horas sentado en una silla frente a mi, mirándome, mientras yo (hacía como que) trabajaba en otras cosas y no dejaba de mirarle de reojo sin llegar a entender quién y para qué me iba a llamar desde la lejana Madrid. Sí, reconozco que en esa época no tenía secretaria y estaba solo en el despacho, y el riesgo de morir degollado por un yihadista siempre lo he tenido presente. La llamada, esa tarde, no se produjo .

Al día siguiente volvió a presentarse y una hora después sonó el teléfono, era de la oficina del Defensor del Pueblo, esa extraña figura que nos viene del norte de Europa y que a su vez hunde sus raíces en México y que a su vez encuentra sus antecedentes en la vieja corona de Aragón. La persona que me llamaba me explico que en caso de Houari había habido un error inexcusable en Málaga porque se le había denegado indebidamente una regularización pero que le habría facultado para residir y trabajar solo en Málaga. Como he dicho eran otros tiempos en que siempre que se hacía una regularización había más letra pequeña que grande. Como Houari vivía ahora en Alicante, la adjunta del Defensor del Pueblo me proponía que hiciera un escrito en determinado sentido y la Subdelegación del Gobierno, que ya lo sabía, me daría la razón.  

 A las pocas semanas Houari que llevaba cinco años de forma irregular en la vieja España obtuvo sus papeles. Lo primero que hizo fue coger un pasaje para Argelia a visitar la tumba de su padre que había muerto de cáncer tres meses antes y a cuyo entierro no pudo ir porque de haber ido no habría podido volver, y sus años de arraigo se habrían perdido como “lágrimas en la lluvia”. A veces me acuerdo de Houari, de los errores inexcusables y de la letra pequeña.

(Foto del ferri que une Alicante, la antigua Medina Laqant con Argelia, el país más cercano a España en ese punto)