Torrevieja, entre habaneras y el Un, dos, tres
Me pide mi hermana que recuerde
la casa de Torrevieja, aquel casón de nuestra infancia con sus incontables
habitaciones, recovecos e incluso lugares perdidos, como la casa del chófer
sobre el garaje, aquella habitación misteriosa, sobre la cochera, con su tejado
caído que impedía abrir la puerta, y en la que crecía la maleza. Una casa con nombre propio "Sol Mar", sita en la Avda. de la Purísima 35. Y aunque no suelo pensar en Torrevieja, ni en aquellos días, quizá cumplir años sea una buena excusa para visitar, quizá por ultima vez, un mundo, el de la infancia del que todo adulto es un exiliado.
El tiempo oscurece a veces los recuerdos hasta casi hacerlos olvidar, pero también es cierto que yo fui un niño que apenas veía, con unas gafas gruesas que cuando se rompían, y pasaba a menudo, podía tardar meses en volver a tenerlas. Quizá por eso mis recuerdos sean más olores y sabores que imágenes.
Recuerdo el sabor del agua de mar, el olor del jazmín, la textura de la arena o incluso el tacto cortante de las palmeritas que cuidaba mi madre en la terraza. Recuerdo el sabor de la sangría, de los mejillones con cebolla, del arroz de mi madre; el de los dulces y el de la mistela. Recuerdo el sonido de la feria, con sus atracciones y su tómbola, el olor de las palomitas y del algodón dulce. Recuerdo el calor, y el agobio de vestirse formal tras semanas de estar en bañador y camiseta para ir a la feria de mi otro pueblo, o a misa, o de visita. Recuerdo la pesadilla de la mudanza, la de ida y la de vuelta, con los cinco hermanos embuchados en la fila trasera de un coche.
Sin duda Torrevieja con su seseo y hablar dulce y con su guagua y sus habaneras tenía algo especial y tropical. En Torrevieja el autobús no era autobús era la guagua, y el festival de habaneras con izada de bandera de Cuba y visita del embajador de la satrapía caribeña era el hito del verano que marcaba parte de la vida cultural.
Era y es un crisol de pueblos y culturas sobre un trazado rectilíneo que mira al mar, un trazado marcado sobre las ruinas de aquella primera Torrevieja que en 1829 desapareció por un terremoto.
Mi recuerdo más antiguo es de la playa llamada del Cura donde una ola del mar me sorprendió y me empapó del todo, yo iba vestido de domingo y no sé qué edad tendría pero era lo suficientemente pequeño para casi no andar, recuerdo que me izaron en seguida y me arroparon con un toalla. Me recuerdo llorando por ese "capusón" involuntario, con ese llanto desconsolado de la niñez que no admite consuelo, que simplemente se pasa.
Desde los tres meses hasta los 22 años Torrevieja fue el destino de mis vacaciones. Mi otra casa.
Lo que más recuerdo, como la
madalena de Proust, es el olor de Jazmín de sus noches que inundaba el patio de
la casa. Es un olor que siempre asocio al verano, e incluso no sé porqué a las
terrazas de los cines de verano. La casa era inmensa, algo admirable en si
misma, con sus puertas con aldaba, su pasillo, sus habitaciones inmensas, su escalera en el patio…..
Torrevieja era, en cierta forma, el
destierro; una ruptura de la vida cotidiana, un no tiempo de días iguales, y
repetitivos; era, también, el sabor de la sal en la piel de sus baños de mar,
la manchas de chapapote de la arena que no saltaban con la ducha, las púas de
los erizos en las plantas de los pies, y las sandalias de cangrejo. Era los polos de hielo del carrito de
los helados que te destrozaba la lengua y los kioskos a pie de playa con su hileras de libros de bolsillo de
Bruguera y de Plaza y Janes. Era los madrugones en aquellos días en que había que
ir a la Mancha (el destierro dentro del destierro) o a la Escuera a limpiar un
terreno de saladar, que las lluvias terminaron anegando.
Torrevieja era y fue también mi abuela
a la que solo veíamos en esas fechas porque era cuando “nos tocaba”, con su
eterno "malecico" en la nariz, su humildad y su ternura; y, también, era mi madre con sus batas
veraniegas, con su charlas de vecinas, con sus recados y sus “mandados”. Y era también
mi padre, ausente casi siempre, siempre exigente y ocasionalmente hacedor de
estrellas en la mirada con el golpe certero y duro y el terror, el dolor y el
llanto del niño que fui al que se pega porque era malo y sin duda lo merecía. Ese llanto desconsolado de la niñez que no admite consuelo, que simplemente se pasa.
Ya no existe aquella Torrevieja, y no la añoro, no ha sido esta vez un terremoto sino el turismo, el desarrollo y la inmigración los que sobre sus solares han levantado una nueva ciudad, con sus modernos edificios y su paseo marítimo, que ha desplazado la de mi infancia.
Sus playas ya no tienen chapapote, y su crisol de razas y culturas ha cambiado, ha mutado, otros han venido del sur y del este. Otras lenguas y otras razas. Hoy, por ejemplo podéis asistir al festival de cine ruso más importante fuera de Rusia, pero si vais no me busquéis en sus calles. Para mi Torrevieja, con su luz y su alegría, con su mar y su jazmín era y fue pero ya no es.
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ResponderEliminarLa memoria es un pozo de dolor sin fondo.
EliminarJamas uso memoria para mi pasado
EliminarTu cuento me puso asi
Solo vivo el hoy nada mas que eso
Hola guapo vine a presentarma a tu blog
ResponderEliminardesde hoy te sigo
cuidate
Besos
Gracias Anna, mi prosa no puede comparase con tu poesía. Un abrazo
EliminarHola, intenso tu relato. Hay lugares que dejan de ser aunque estén. Besos :)
ResponderEliminarSí que es intenso, creo. Hubo mucho bueno, y recordar no hace daño sobre todo cuando se asocia a los que ya no están, pero creo que hay de desmitificar la nostalgia Un abrazo
EliminarEs un relato de pérdida sin dolor por lo perdido. Me ha gustado muchísimo, remueve muchas cosas por dentro. Besos mil!
ResponderEliminarGracias Cuca, un abrazo
EliminarBonitos recuerdos de infancia que nunca se olvidan y dejan huella para siempre.Me ha encantado tu relato.Saludos y muy agradecida por tu comentario en mi blog.
ResponderEliminarGracias Charo, Un abrazo
EliminarDéjame que te hable con unas pocas palabras,me gusta como escribes desde el silencio tuyo. La luna no me mira y la pasión imvade.Es de mañana y el Sol ya arde
ResponderEliminarNos has llevado de viaje a tu niñez. A ese lugar que vive en tus recuerdos y que hoy ya no existe. Ha cambiado demasiado. Entiendo que prefieras recordarlo como fue.
ResponderEliminarHe disfrutado leyéndote.
Gracias Galilea. Un abrazo
EliminarEsa Torrevieja seguramente sea más tu Torrevieja que la que realmente existe. Pero consigues hacerla también un poco nuestra. Porque ningún escenario de la infancia es igual que el que luego visitamos pero desde luego, es el único en el que nos gustaría estar. Saludos
ResponderEliminarUn abrazo Sergio
EliminarPasamos de casas enormes, para toda la familia, a vivir en caja de zapatos, o departamentos cada vez más pequeños en los que ni siquiera entran nuestros sueños... ¿Cómo fue posible que nos dejáramos convencer de que hacerlo de ese modo es/era vivir?
ResponderEliminarSaludos,
J.
Son consecuencias no buscadas. Un saludo
EliminarTe dejo un abrazo lleno de inmensidad.Es primavera ya....
ResponderEliminarDelicioso relato, Joaquín, sin nostalgia, aceptando el destierro al que todos nos vemos abocados una vez crecemos.
ResponderEliminarTu recuerdo está lleno de olores, sabores y texturas que comparto a pesar de que te llevo unos años por delante. Hasta me entraron ganas de comprar un jazmín para mi balcón en cuanto la Primavera se estabilice para que perfume de nuevo mis noches.
Y los mejillones, que sean de roca, pequeños y sabrosos al vapor con un poco de pimienta negra, como a mí me gustan.
Un placer leerte.
Besos,
de ese lugar de la infancia del que como dices todos acabos expulsados.
Gracias Tesa, es un honor tenerte por aquí. Un saludo
EliminarAsí es y así es como vamos aceptando la vida. Pero los recuerdos siempre están ahí en esa Torrevieja que tú viviste y te llenó de olores y sabores y que ahora no reconoces.
ResponderEliminarBuena noche.
Un abrazo
Muchas gracias Laura. Los recuerdos nos definen en gran medida un saludo
EliminarHola Joaquín: Ché, qué bien escribes. Muy poético y da gusto leerte. Por cierto: voy a añadir tu blog a mi lista de blogs favoritos. Besets
ResponderEliminarPues chusísimas gracias. Es un placer leerte. Y por ciento cuanto tiempo sin ver un Che bien puesto. Gracias
EliminarQue bonitos recuerdos y que bien los describes. Yo también soy de guardar "momentos" a través de olores y por supuesto, ¿qué es una infancia sin chapapote o sin pichi como lo llamamos por mi tierra". Gracias por venir a mi blog. Me gusta el tuyo y aquí me quedo
ResponderEliminarGracias Sidrina, nos leemos. Un abrazo
ResponderEliminar❤
ResponderEliminarMe
voy
a dormir
chau
Hola Joaquín, pasé a agradecer tu visita y a conocer tu blog y me encuentro con este relato en Torrevieja y una habanera tan bonita. Yo soy uruguaya pero una de mis mejores amigas es de allí mismo. Que bonitos recuerdos de tu niñez, gracias por compartirlos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Una vez tuve un buen amigo uruguayo, oriental decía él.
EliminarTu texto me ha traído a la cabeza mi Denia que ya no existe. Demasiados edificios y demasiados turistas. Ha perdido su esencia de un mediterráneo tranquilo, aunque los olores quedan. Y las salamandras.
ResponderEliminarEncantada de conocerte y conocer tu casa. Volveré.
Un abrazo.
las salamandras, las había olvidado. Me encantaba ver a aquellos pequeños dinosauros cuando eran bienvenidos de noche a la luz de la lámpara del techo esperando los mosquitos, con su coreografia tan especial. Un saludo Moony
EliminarQué recorrido tan exquisito sobre esa Torrevieja de la niñez y de siempre para quien escribe buceando en los recuerdos y en la memoria, amigo Joaquín Una ciudad para mí desconocida, pendiente como tantas de visitar.
ResponderEliminarUn gozo de lectura.
Abrazo.
Gracias, los lugares se dividen en tres grupos, los los lugares a los que uno aun no ha ido, aquellos a los que se ha ido y los que se nos han ido. Para mi hoy también es una ciudad desconocida aunque puedo apreciar lo hermosa y cuidada que está. Vale la pena visitarla sin duda
EliminarRecordamos porque éramos felices. Recordamos porque nos hace felices.
ResponderEliminarSiempre tan certero. un saludo
Eliminar-Olor a Jazmín- leer ese recuerdo tuyo, es volver a mi niñez. El Jazmín era una de las flores que adornaban nuestro jardín y sí, es cierto que ese olor persiste.
ResponderEliminarGracias por este instante.
Gracias, Eva, por comentar, los olores tienen esa virtud. Es casi magia
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