La hondura de los tiempos
La vida tiene un
componente de decepción. No toda ella ni todo el tiempo, pero sí en gran medida
y en una variedad de aspectos sorprendente. La primera fuente de decepción
suele ser uno mismo, no somos tan guapos, tan valientes, atrevidos o
inteligentes como de niños soñábamos que seríamos, pasamos a comprender que tenemos más en común con los secundarios de las películas que con los protagonistas de sus historias,
pero esta es una decepción con la que uno tiende a ser indulgente…
Nos decepcionan los demás,
y de esa decepción sí es difícil reponerse. Recuerdo la primera vez que un
compañero de colegio me birló un duro, tendría siete años y no cabía en mi corto entender que alguien se apropiara de lo que
no era suyo, y menos que lo negara (la realidad y los valores que habían pretendido
inculcarme no coincidían y eso era sorprendente, al menos lo fue la primera vez); nos decepcionan asimismo los
profesores, revestidos de autoridad son sin embargo ejemplos muchas veces, no siempre, de dogmatismo, o de ignorancia o, lo que duele
más, de arbitrariedad.
Hay un momento duro en que
nos decepcionan nuestros padres, personas a fin de cuentas, y en esto no hay
demasiada culpa en ellos sino en nuestras expectativas, de seres todopoderosos
y en principio bondadosos se nos aparecen de golpe como personas con sus
propias historias o motivaciones que no siempre percibimos.
El trabajo ya es una
decepción de otro rango, accedemos a él siendo ya conscientes de que es un mal
necesario, aunque pueda motivarnos intelectualmente o nos brinde independencia
económica, pero llega un punto, entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y
cinco, que sabes que a lo que no hayas llegado ya no llegarás.
Sin embargo no todo es
intimidad, proyecto vital y familia, vivimos en sociedad, y es que hay veces
como hoy, en que el gobierno presenta una Ley para morir en que te decepciona la gente que te rodea como tal, como
circunstancia vital, y como para quien cae a una corriente solo cabe la opción de nadar, buscar sobrevivir a un tiempo y un lugar que ha olvidado lo que es la dignidad.
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