MATAR AL TIRANO EN TIEMPOS DE PANDEMIA, JUAN DE MARIANA

Si de algo podemos los españoles enorgullecernos es de contar con una rica tradición de pensamiento contrario a la tiranía y en defensa de los derechos del hombre. La Escuela de Salamanca, Francisco de Vitoria y sin duda el Padre Mariana son ejemplo de ellos, pero por supuesto que una tradición se reivindica y en ocasiones se  (re)crea, y de esto algo sabemos también, pues la admiración de estos pensadores en gran medida nos ha venido al verla reflejada en escritos de fuera.

El Padre Mariana sin duda es de los más conocidos por haber defendido la tesis del tiranicio en "La Dignidad Real y la Educación del Rey", planteándose la legitimidad de matar al tirano, incluyendo en este concepto al Rey que por mal ejercicio de sus funciones deriva en tirano. No es por tanto el origen del poder lo que convierte a un gobernante en tirano sino que esta condición estaría vinculada al tipo de ejercicio del poder y al mal gobierno. 

Pero más allá de la grandeza de este pensador cuya obra ha sido comparada en cuanto a relevancia con el Quijote, quería trascribir este sorprendente pasaje que aparece en su libro y que no guarda relación con el contenido de la obra salvo en lo referente al momento de su escritura, y que sin embargo cinco siglos después nos habla directamente a nosotros:

"Estaba esforzándome en concluir y corregir este libro, que empecé durante el descanso del verano, cuando una enfermedad inoportuna nos hizo caer en cama a todos los que vivíamos en aquel retiro solitario. Crecieron los ríos con las lluvias del invierno y desbordaron sus orillas, los manantiales perdieron su pureza y las aguas, con su excesiva humedad, dañaron la campiña y los cuerpos de los hombres. Muchos temían que estaban también dañadas las carnes que comíamos, pues los ganados devoraban con avidez el increíble número de sapos que habían aparecido en la campiña. Se extendió el contagio por toda la provincia y sobre todo por las aldeas y los campos, bien porque fuesen allí los aires más libres, bien por estar menos a mano los remedios. El mal se extendió como la peste, y en muchos lugares morían los enfermos abandonados o contagiaban a quienes les asistían. Con este temor los había que no se atrevían siquiera a salir. En las casas yacían los padres junto a los hijos sin que nadie los cuidara, yacían también los cadáveres, como si esperaran a los que iban a morir con la misma enfermedad. Fue, sin embargo, disminuyendo el número de defunciones y remitió la enfermedad, que vino a reducirse a unas tercianas. Pero las angustias que producía la inquietud y el ahogo de los enfermos parecían indicar que se padecía alguna enfermedad contagiosa más grave que una simple calentura. Pasada la enfermedad, se tardaba mucho en recobrar las fuerzas y eran frecuentes las recaídas febriles, como si la fuerza de la enfermedad venciera a la medicación, principalmente  cuando se apelaba a la purga, remedio con que más bien parecía exacerbarse. La cosecha quedó en las eras sin que nadie la cuidase, sirviendo de presa a las aves y a los ganados y corrompiéndose por la abundancia de las lluvias. 

No dejará de ser memorable como pocos el otoño del año 1590. Se interrumpió, pues, nuestro trabajo cuando estaba para terminar. Mis compañeros y mis criados fueron las primeras víctimas de la enfermedad, y entre ellos el amanuense, joven de singular humildad y de grandes esperanzas. 

Me cogió, aunque sin gravedad, de regreso en Toledo; pero, desaparecida la calentura, no pude en mucho tiempo recobrar mi antiguo vigor ni la soltura de mi entendimiento. 

Sé que con los años van disminuyendo nuestras fuerzas y las enfermedades se van haciendo más largas y pesadas, pero otros decían que les  estaba sucediendo lo mismo, no sé si porque era verdad o porque deseaban consolar a los que salíamos mal de la borrasca. 

Lo que me causó, sin embargo, mayor fatiga y quebrantó del todo la fuerza de mi entendimiento fue la muerte de Calderón. Fue el último a quien atacó la calentura, y como no era ni muy grave ni muy aguda, pudo vencerla fácilmente. Se hallaba ya al parecer fuerte y robusto, y dejaba ya el vino por el agua, cuando después de pocos meses recayó, y en siete días perdió la vida." (De Rege et Regis Institutione, Juan de Mariana, 1599 Traducción: Luis Sánchez Agesta)


En este templado invierno de 2021 no puede uno menos que sentirse hermanado con el "memorable como pocos otoño del año 1590"

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