La botella de vino

Cuando era pequeño, con unos trece años, viajé a Aragón y Cataluña con el colegio y en una parada del viaje compré una botella de vino para mis padres decorada con los colores típicos de la vestimenta maña o baturra, con una faja y un sombrerete a cuadros rojos y negros, me costó 700 pesetas. También compré algo de artesanía, un bote de lápices, unos platos de decoración, y alguna figurilla de la Moreneta y de una pastorcillo aranés  que repartí en casa con ilusión..... Aquellos recuerdos de viaje que regalé los recogería muchos años después abandonados y olvidados por sus destinatarios cuando tocó deshacer la casa, digamos que más de treinta y tantos años después .... 

Todos los conservo menos aquella botella que dejé para el olvido en una repisa, y allí quedó con su sombrerillo y su faja y su precinto que nunca fue abierto. No sé quien diría en su momento, si fue mi padre o mi madre o quizá yo, que aquella botella se abriría en alguna ocasión especial, ocasión que nunca llegó o si llegó no nos cogió para celebraciones. 

De alguna manera ver aquella botella sin abrir con su contenido echado a perder en que el tiempo había obrado el milagro de la conversión del agua en vino pero a la inversa me hizo reafirmarme en una convicción que tengo y que por simplona que parezca a veces olvidamos: que las cosas son para usarse, por eso desde hace años leo los libros que me regalan y estreno la ropa casi de inmediato. Algo que en estos días de Reyes procuro cumplir a rajatabla.

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