La casa de la niƱez


La casa de la niƱez es de alguna manera una presencia callada que acompaƱa como recuerdo permanente de aquel primer refugio del ser primitivo y naif que uno serƔ en la primera edad.


Aunque no lo sabrƩ entonces, con el tiempo mi casa de Almoradƭ serƔ una constante real, casi tangible, un lugar habitable en el recuerdo por el que pasear escuchando, no el ruido de los pasos en el silencio, sino el del recuerdo del ayer en el presente.

Como primera imagen recordarĆ©, con los aƱos, su suelo de aguas verde jaspeado de la entrada con su penetrante y hogareƱo olor de reciĆ©n fregado. RecordarĆ© siempre abierta al llegar del colegio la puerta de la vivienda, Tomas CapdepĆ³n 10, la recordarĆ© abierta como siempre recordarĆ© cerrada la del piso de la ciudad a la que luego irĆ© a vivir. 

Una puerta abierta pero resguardada por la persiana bajada, y traspasar aquella persiana serĆ” penetrar en la particular Narnia de la infancia, el PaĆ­s de Oz de los primeros dĆ­as, volver a un tiempo en que todo estarĆ” por dibujar. Aquella persiana de lamas de madera finas y pintadas darĆ” luz, dejarĆ” pasar el aire y proporcionarĆ” una intimidad cierta que podrĆ” ser rota por la voz del primero que la separe y grite “Trina” anunciando visita o un simple recado. RecordarĆ© aquella persiana pero no me vendrĆ” la imagen de la puerta, como si estĆ” no hubiera existido.

En el recodo del pasillo a su derecha me recibirƔ el comedor con su aparador de color claro y espejo gigante en que de niƱo y a punto de romper en llanto alguien me harƔ una foto al cumplir el aƱo frente a una tortada de almendra y merengue.

El mismo recodo darĆ” acceso a las dos alcobas. Una serĆ” la que compartirĆ© con mi hermano, inmensa con dos armarios donde esconderse y dos camas bajo las que resguardarse en los juegos y las guerras. Uno de aquellos armarios acogerĆ” durante aƱos en su parte superior, en su altillo, una (re)colecciĆ³n de muƱecas tipo Nancy con la que nadie jugarĆ”. SerĆ” fama en los aƱos futuros que el niƱo que fui en algĆŗn momento las destrozarĆ”.  No recuerdo poder llegar al altillo ni alzado sobre una silla, pero si lo hice, si fui el autor del impune muƱequicidio (pues no puede haber mayor delito que romper los juguetes de otro niƱo) aquel recuerdo se perderĆ” en ese mar de olvido que es la infancia. La fama justa o injusta quedarĆ”, sĆ­, pero no quedarĆ” en mi el recuerdo ni habrĆ” testigos de aquello. La otra alcoba, la de las chicas fue en su dĆ­a despacho de papeles, una sala estrecha sin condiciones, en que, una vez reconvertida en tiempos de los que no hay memoria, llegarĆ” a albergar a mis tres hermanas, hasta que la mediana sea exiliada al cuarto de los nenes en una especie de cama mueble.

Si la ventana de la habitaciĆ³n de los padres se abrirĆ” al patio interior, las de estas primeras habitaciones alumbrarĆ”n a la calle. En una de ellas alguien me harĆ” una foto con la blanca fachada de fondo en se me verĆ” sentado en el alfeizar. Me veo con gesto adormilado o quizĆ” enfadado, con un pantaloncillo corto y una camisa a rayas marrones muy de los setenta, las sandalias serĆ”n de un diseƱo elegante y funcional, las recuerdo cĆ³modas…. Con las fotos pasa que a veces recordamos el momento pero no el contexto, como una isla en un mar de olvidos.

Por el gesto y la pose, mi hermana bromearĆ” aƱos despuĆ©s llamando a la foto “rebelde sin causa”, pose que ahora sĆ© serĆ” la de quien sueƱa mundos que no eran ni fueron ni serĆ”n. Mundos de certezas con sus dĆ­as iguales, sin cuitas ni dolor. QuizĆ” James Dean tambiĆ©n soƱara con mundos que no serĆ­an, mundos en que envejecerĆ­a feliz rodeado de los suyos.

SerĆ” aquella casa, en que hoy paseo, un lugar lleno de rincones cada uno con su misterio. Misterios con los del armario del patio, con el intocable vestido de boda de la que fue novia y luego esposa para luego dejar de serlo. Misterios como el de la puerta directa a la habitaciĆ³n de mis padres, por la que, cuando de noche se abra, serĆ” Ć”ngel o diablo quien acuda, enfadado mĆ”s que preocupado por los lloros de un niƱo con miedos nocturnos, a poner remedio cada uno en su estilo de Ć”ngel o demonio. De aquella puerta recordarĆ©, o elegirĆ© recordar, de la diversa hemeroteca vital que me acompaƱa, la dulce sensaciĆ³n de ser cogido en brazos, alzado y llevado a compartir el lecho suave de la cama de los padres.

El comedor serĆ” inmenso, como lo serĆ” la cocina y hasta el aseo en cuyo lavabo, todas las maƱanas que ya no volverĆ”n, quedarĆ”n los restos de espuma y pelillos de afeitado del padre, una espuma sĆ³lida y corpĆ³rea que seca servirĆ” al niƱo que fui de diversiĆ³n al disolverla con el agua del grifo.

En el patio al que se accedĆ­a por la cocina, con pozo, aljibe y un gran ventanal en su fondo que iluminaba la habitaciĆ³n de los padres recordarĆ© en los aƱos que vendrĆ”n despuĆ©s estar jugando con un pequeƱo camiĆ³n de bombonas de butano, el rosebud particular del niƱo que soƱaba con ver bien. HabĆ­a una escalera, de peldaƱos altos, que hacĆ­a recodo  en su subida a la terraza, una terraza de losetas estrechas y claras. Aquel recodo, en medio de la escalera, lindaba con la tapia del patio de la casa de atrĆ”s, un patio al que nunca lograrĆ© asomarme pero que se me representarĆ” selvĆ”tico e inquietante. Una tapia que une y distancia. En el terraza azotea el niƱo que serĆ©, se subirĆ” escalando por las tejas a la parte alta del tejado de dos aguas a ver la caĆ­da al vacĆ­o hasta la calle; no recordarĆ© nunca haber llegado a lo alto pero sĆ­ volverĆ© a sentir la sensaciĆ³n de subir lo prohibido, arriesgando la vida para ver mĆ”s allĆ” sin llegar a alcanzar el horizonte.

Aquella casa, hoy sustituida por un anodino edificio de pisos, serĆ” siempre un lugar al que volver, un lugar donde poder vislumbrar un tiempo en que todo estaba aĆŗn por suceder.


Comentarios

  1. Habia una habitaciĆ³n mĆ”s, aunque era casi un armario, entre la cocina y el baƱo. Las casas de ahora no tienen despensa.
    Yo recuerdo los ratones que corrĆ­an impunes por el patio, entre la vegetaciĆ³n (habĆ­a una palmera inmensa, yo la recuerdo INMENSA). Yo, a mis diez aƱos, ponĆ­a las trampas para ratones, ya que a mamĆ” no habia cosa que le causara mĆ”s terror que "las ratas". Siempre las llamaba asĆ­ aunque no eran mĆ”s que ratoncillos liliputienses mĆ”s pequeƱos que un hamster. Yo ponia las trampas ratoneras siempre con un trocito mĆ­nimo de queso. Y despuĆ©s, al cabo de uno o dos dĆ­as de espera, retiraba sus cuerpecillos exĆ”nimes.
    En los primeros aƱos de mi memoria el agua del grifo no era potable. Y habƭa un gallinero arriba, con sus gallinas parloteantes que nos daban huevos.
    Son recuerdos no solo de otro siglo (¡¡una casa sin agua potable!!) sino de otro planeta.

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  2. MĆ”s que de ratones, recuerdo un dĆ­a que habĆ­an comprado cangrejos y se ve que estaban vivos, debĆ­a ser muy pequeƱo, y se debiĆ³ de quedar la bolsa abierta porque recuerdo todo el suelo de la cocina con aquellas criaturas de pelĆ­cula de terror invadiendo el suelo y la encimera

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